Cuando la ley mandaba llevar a los recién nacidos y presentarlos en el templo, ella como buena israelita, cumple con sus deberes religiosos. Cuando el anciano Simeón le da a conocer lo que ella a va a sufrir al lado de su hijo, acepta con entereza las consecuencias de su misión. Cuando deben huir a Egipto para escapar de los planes de Herodes, María sufre la amarga experiencia de la persecución y el exilio; cuando perdió a su hijo en el templo, ella se sorprende del comportamiento de Jesús, pero acepta que Él tiene una misión que cumplir a la que ella colabora. Cuando falta el vino en la bodas de Caná, ella siempre con ganas de ayudar, pide a su hijo que les ayude María siempre se portó y respondió a Dios como una verdadera hija. Le ama, acoge su palabra, pone su confianza en el y le obedece siempre. María está llena del Espíritu Santo. El es su guía y su fuerza y ella también fue la mejor discípula de Cristo, su hijo, por eso proclamamos a María Santísima madre de la Iglesia y madre de todo el mundo. Es fiel reflejo de lo que la Iglesia debe vivir y realizar hasta el final de los tiempos. Siempre intercede ante su hijo por nuestras necesidades y problemas, por eso hay que venerarla, alabarla por las maravillas que Dios ha realizado en ella, quererla como a una madre, imitarla como modelo. Oremos con María elevada al cielo en cuerpo y alma, pero viva entre nosotros, siempre esperando que nos acerquemos a ella porque como madre amante de sus hijos, nunca se cansa de esperar. Ella es un manantial que nunca se secará porque sabe que tiene que colmar nuestra sed porque el camino es largo necesitamos beber para poder seguir estar frescos para aguantar hasta el final de nuestro viaje.
No te rindas nunca si te has quedado sin trabajo busca y no deprimas si has perdido a un ser querido sigue adelante con fuerza. No tengas miedo, nunca de nada, confía en ella en la bienaventurada hija de Dios, en la Madre de Cristo y en la amantísima madre el mundo entero, en la reina de la sencillez.
Un abrazo de tu amiga Paquita
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